Aunque algunos penséis lo contrario, no soy muy entusiasta del cine japonés. Puede que algunos de sus directores de última generación me susciten cierto interés y algunas pelis me parezcan apoteósicas, pero, en realidad, el tempo del cine nipón me estimula poco, es quizá demasiado lento, así como la sucesión de acontecimientos; por eso nunca he sido demasiado fan de clásicos como Yasujiro Ozu o Akira Kurosawa.
Las películas japonesas se esmeran en la forma y el concepto, por encima de la trama y el desenlace, esto último importa poco, lo que persiguen los cineastas de aquel país es crear un ambiente que, en lugar de concretizar, construye un clímax que sobrevuela durante todo el filme.
Eso no ocurre con Hirokazu Kore-Eda, un artista de la narración fílmica, un arquitecto de la historia en sí misma y un buscador de sentimientos. Su filmografía es irregular si la valoramos en conjunto, pero sobresaliente en momentos cumbre, cuando consigue aunar instantes de alto octanaje creativo. Muchas de sus obras retratan el dolor de la soledad, la asfixia de la incomprensión, la memoria familiar y el drama de la pérdida, pero todo ello lo rezuma con altas dosis de humor. Es capaz de provocar esa sensación que muchas veces siento en sus películas, cuando se me encoge el estómago y el aire parece que nunca va a volver a mis pulmones, un momento de derrumbe emocional que contrasta, al minuto siguiente, con una escena hilarante, capaz de hacer volver a ti la risa. Es un genio, comedido y en momentos determinados, como los genios reales, que sueltan su talento con cuentagotas.
Obras como “After Life” en la que personas fallecidas buscan recrear su mejor recuerdo para pasar a otra estancia, todo en clave de humor; “Air Doll”, en la que una muñeca hinchable se convierte en ser vivo y busca a alguien que la ame y no la use; “Tras la tormenta”, en la que el reencuentro de la familia es la clave o “De tal padre, tal hijo”, con la consanguinidad como cónclave entre personas, son ejemplos de la variedad temática que le precede como autor.
“La verdad” es su última entrega, la presentará en el próximo Festival de Venecia, pero no creo que iguale su cénit como director, “Un asunto de familia” del pasado año, una obra maestra desde el primer fotograma, una historia sobre una familia parcheada que aúna el espíritu de supervivencia por encima de la condición como tal. Personajes desencajados dentro de una sociedad sectaria que aparta la incomodidad del suelo patriarcal, donde las leyes no escritas de la convivencia establecida como normal habitan en connivencia con moralidades falsas y clichés que destruyen la honestidad de las buenas personas. Si no habéis visionado esta maravilla, os insto a que os sumerjáis en el mundo de Kore-Eda a partir de esta película, cargada de emociones y de sentido del humor, una tragicomedia, como se decía antes.
Buenas vibraciones!