La literatura es una fuente de riqueza espiritual, quien no lee, sencillamente se pierde una de las posibilidades ilimitadas de la mente y del disfrute interior, ya que es uno de esos artes para degustar en solitario. Hablar de literatura en general es como intentar definir en dos palabras el propio universo de la escritura, o pensar en descripciones estrictas para los miles de músicas que existen. Entiendo que haya gente que no tiene tiempo para abrir un libro, pero ese supuesto “entendimiento” no lo veo real, para disfrutar de las emociones es preciso leer, escuchar música y sentir que las palpitaciones de tu corazón sirven para algo más que para bombear sangre por la obvia razón de la supervivencia. Cuando alguien me dice que no lee, o que no tiene tiempo para ello, suelo desconfiar de él o de ella, no me parece ni lógico ni plausible (otra cosa es que, por motivos de agotamiento, uno no pueda dedicar el tiempo merecido, que en esta sociedad también ocurre).
Intento, por otra parte, ejercer una influencia de autoinmersión en diferentes estilos para no sucumbir ante la misma teoría del caos que suele proveer la narrativa cuando exclusivizas (palabra inexistente, ya lo sé, pero me encanta aquello de Hunter S. Thompson y el nuevo periodismo, que inventaba vocablos inauditos) una temática que suele acabar asfixiando. Claro que tengo preferencias, muchos de los que me conocen saben de mi atracción por la novela negra.
Pero no es el caso ahora; creo que los tiempos que corren, tan vulgares y ágiles (en el mal sentido de la palabra), requieren retomar la Beat Generation, aquellos habitantes de un mundo lujurioso de libertad, que exponían con lanzallamas poesía revolucionaria y totalmente pop, simiente del hippismo y portadores de la verdad juvenil desesperanzada en tiempos incivilizados, precisamente como los que vivimos en estos momentos.
Es muy sencillo, y a precios ridículos, agenciarse libros firmados por Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Neal Cassady o Gregory Corso, es fácil y nutritivo, despierta las papilas de la inteligencia, que ya sé que tampoco existen, estoy jugando a ser un poco beat. “On the Road” es una filosofía de la liberación, del despliegue que nuestra psique puede lograr con los espacios sin compartimentar, sin encerrar en paredes irreales que delimitan la expansión positiva, sin cárceles, esas que no vemos pero que marcan nuestros pasos, nuestras acciones y casi hasta nuestros pensamientos.
“El primer tercio” es otra maravilla que perfila la literatura de carretera con el acierto de que el personaje principal, el propio autor, es un enfant terrible que huye de la alienación social dominante en los Estados Unidos, ese país que cambió por entonces la esperanza por el progreso y, de paso, se llevó por delante miles de personas brillantes y libres.
La angustia vital, que es la banda sonora de lo cotidiano, necesita un rescate de estos literatos, un acercamiento a la química de unos escritores que advirtieron, con sus palabras, la futura forma de una sociedad que estaba emponzoñada y gravemente herida de marketing y egoísmo, donde la exagerada falta de compasión hacia las personas, hace de este mundo algo muy triste.
Si os preguntáis el porqué no he dicho nada de William Burroughs, será por que soy un poco especial, o porque me gusta más su hijo, con aquel “Jamón de Kentucky”.
Buenas vibraciones!