Uno de los personajes que encarnan a la perfección el histrionismo de un país que recibió el color, tras una etapa agria en blanco y negro, es Javier Gurruchaga. Creo que tuve la oportunidad de verlo en varias ocasiones, junto a su grupo, la Orquesta Mondragón, una barrabasada visual en forma de grupo rock que se ajustaba a los modos de su cabeza visible. Capacitado como nadie para enervar a las clases conservadoras, a los que practicaban el boato y la rectitud, a los homófobos, a los señores de derechas de toda la vida, Javier fue un cúmulo de exageraciones que, incluso a sus más fervientes seguidores, agotaba en más de una ocasión. Pero ahora mismo, viendo la coyuntura de este país, echo en falta sus exabruptos, su verborrea lúcida y teatral, sus alegorías pseudotransexuales, su desmesura y su talante abrasador. Recuerdo que tuvo incluso un programa de televisión que rozaba la vergüenza ajena y, sin embargo, hoy necesitamos (y mucho) esa barbarie de esencia libertaria, porque atravesamos momentos crueles con la cultura y con la propia libertad de pensamiento; o de la expresión del mismo, que viene a ser casi lo mismo. Pues sí, ahora hacen falta muchos Gurruchagas, pero todos involucrándose en los medios y dando patadas a traseros afines al militarismo, a la autoridad sin criterio o al esclavismo de las formas estúpidas que regentan el mundo hoy en día, algo que es más que palpable en esta mierda de sociedad que estamos construyendo en España. Y eso venía a que estoy reescuchando los discos de la Mondragón y, aparte de esa visualización escatológica que indudablemente su voz provoca en las letras de las canciones, tienen una fuerza, un desacato y una virulencia necesarias ahora mismo. Nada que objetar a sus dos primeros trabajos, “Muñeca hinchable” y “Bon Voyage”, hitos en la escena rock de nuestro país a finales de los 70, pero es que hay momentos sublimes también en otros Lp’s como “Bésame tonta”, “Cumpleaños feliz”, “Es la guerra” o “Ellos las prefieren gordas”. Claro, luego Javier estuvo merodeando el mundo mainstream y se codeó con algunos infantes de las FMs poderosas, que para mi, desvirtuaron su capacidad para molestar; es lógico, estaba fuera del mundo pop, tampoco se les incluyó en el rock clásico patrio y solo les quedaba ver un poco por donde integrarse. Pero él siguió siendo un animal escénico, una fiera estrambótica que ejercía de maestro de ceremonias entre un grupo de virtuosos músicos que procuraban a la audiencia divertimiento y algarabía. Me sigo quedando con la intrépida personalidad de Javier, ahora algo triste desde que su gran amigo y compañero de andanzas, el inefable Popotxo, dejó de estar en esta dimensión. Y me sigo quedando porque es necesario que existan personas como él, de otro modo nos estaremos conformando con las moléculas de nuestro cerebro tratadas por el tamiz del poder corrosivo y emponzoñado de la sociedad vulgar que nos rodea y nos oxida. Y ya sabéis, más vale quemarse que oxidarse. Buenas vibraciones!