Escribí esto en mi Facebook sobre la insospechable idea de acercar razas y entes distintos, basándome en la serie «Carnival Row», que me impactó. Ahora se anuncia una nueva temporada y me sitúo en la expectación.

Hace algunos años, Peter Gabriel compuso una canción titulada “Games Without Frontiers”, en ella hablaba sobre una supuesta relación entre distintas etnias que jugaban desde lugares remotos y encontraban el punto exacto de inflexión en el cual no existían colores ni atuendos mentales, ni mucho menos disfraces sociales, era una alegoría a la libertad y al encuentro entre distintas razas, cleros y pensamientos. No es que hayamos encontrado el cónclave adecuado para instalarnos en esa especie de dicha o territorio interracial sin coste alguno para nuestra forma de vida, económicamente estructurada a base de dólares y euros blancos purpurina, no, eso es una quimera que nunca se dará porque existen demonios que se erigen como preservadores del status social caucásico que rige mundos como el que vivimos. Pero uno acaba malacostumbrándose a ese estereotipo que fomenta las divisiones y lo vemos normal; hablo del racismo, que puede ser de mil formas, de índole tan diversa como malintencionada, que acoge colores de piel diversos y, por encima de todo, al sexo femenino, pero también a los animales, que acaban siendo los mejores seres vivos del planeta, por cuanto carecen de envidia, ira, odio, desprecio, altanería. Qué hipócrita quien esto escribe, tras deglutir unas exquisitas alitas de pollo y pensar que, bueno, son las de animales felices, no las que sacrifican a los 15 días de vida. Dios! Pero si yo he masticado las de unos animales con solo cincuenta y dos días, y me tengo que creer que estoy haciendo lo correcto. Bueno, no es ese el tema que quería tratar ahora, ni en que me escudo tras corazas de ayuda humanitaria para exculpar mis actos, en realidad quería hablar sobre una serie de la que me he quedado adherido, se trata de “Carnival Row”, con un glorioso Orlando Bloom, que de repente se me presenta como actor de carácter, junto a Cara Delevigne, un ángel que desliza el papel de hada maltratada por una sociedad racista, intolerante y perversa. El tratamiento del racismo es llevado con maestría en unos capítulos que van creciendo en interés a medida que avanza la historia, paralela a lo que ahora mismo estamos viviendo en el mundo civilizado, donde las personas provenientes de lugares lejanos, con ideas dispares y tiznes de piel ligeramente oscuras, acaban perseguidas por miradas asesinas, desprecios inquisidores y falta de empatía que solo es superada por las retorcidas mentes de nuestros políticos, especialmente los de derechas (es que es así, no lo he inventado yo, como diría Richard Cocciante).

Avergonzarme de este mundo es solo una justificación de cosas que yo mismo hago mal, no lo voy a discutir, cada uno tiene sus miserias, sus errores y sus peticiones de disculpas, pero solo hay que descubrir las necesidades de gentes buenas que luchan por su supervivencia, por la de sus hijos (y, la verdad, hablo sobre todo de las mujeres, esas heroínas que me sacan las vergüenzas a mi género), personas que veo representadas en esta serie de ficción donde las razas son superpuestas por entes casi mitológicos, que hacen que todo parezca mágico en mundos oscuros y tenebrosos. Yo soy un confeso de la esperanza, pero mira que cuesta, cuesta mucho en un mundo como este, donde todos somos culpables de la ignominia, del desprecio a la lucha por la vida, de la naturaleza por saber la verdad, por escudriñar en nuestro interior para encontrar ese lado bueno, que en ocasiones hemos perdido por soberbia, por prepotencia. La culpabilidad no es singular, es una pluralidad de la misma sociedad en la que vivimos, pero siempre nos queda la pasión, las emociones y algunas plataformas artísticas que nos hacen ser diferentes, divergentes, distintivos, personales… y felices, dentro de lo que cabe.