Reinar después de muerto, algo que, por desgracia, muchos artistas consiguen, echando a perder el momento determinado en el cual deberían haber conseguido lo que injustamente se les escapó.

En el 2011 se celebró la reunión de tres de las bandas más carismáticas de la ciudad de València, tres grupos de pop lúcido y lúdico que expresaban sin pudor una algarabía de colores y divertimento poco usual para la ocasión, que no dejaba de ser un reencuentro con la gente que les añorábamos. Aquellos grupos fueron Los Mocetones, Los Magnéticos y Las Máquinas, un evento conocido como el de Las Tres Emes, con una presentación espectacular, incluido vídeo y parafernalia publicitaria de primer orden. En el 2014 se volvió a ver a Las Máquinas sobre el mismo escenario, con un entusiasmo inusual tras tantos años de letargo. El próximo 1 de Julio volveremos a tenerlos en directo. Y se me antoja que haberlos perdido durante tanto tiempo ha sido un castigo innecesario, que ellos siempre han estado por encima de las circunstancias y que es una alegría, efímera, pero alegría al fin y al cabo, volver a disfrutar de su puesta en escena, tan contagiosa como exultante.

Ahora todos coinciden en que Las Máquinas fue el gran grupo de pop de la ciudad, que sin ellos la escena valenciana estaría coja, que sus orgiásticas escenificaciones eran lo más glorioso de los escenarios durante aquella primera mitad de los 90. Es cierto, pero maldita la gracia debe hacerles a ellos después de lidiar con una multinacional, saldar con nota su debút discográfico, entrar en el seno de una independiente que hizo muy mal las cosas, a pesar de tener en sus manos un artefacto deslumbrante en forma de disco y acabar autogestionándose en un final cargado de apoteosis creativo, que siguió sin servir de mucho. Maldita gracia debe hacerles este postrero reconocimiento, reinar después de muertos.

Su puesta en escena cautivó a cientos de lumbreras durante aquella encrucijada que atrapó el ambiente de Madchester, el rezagado estímulo que habían dejado los sonidos bostonianos de Fort Apache y la herencia de Sonic Youth y los Pixies; todo ello rezumado con el aspecto frívolo de una ruta marcada por el baile y el desenfreno costeril, amado por gente inadecuada, rechazado por postulados roquistas y denostado por la mayoría de la crítica musical sesuda. Las Máquinas se embarraban con todo esto y salían triunfantes con esas toneladas de canciones ácidas, bailables y contagiosas, con textos costumbristas y juveniles, chispeantes y jocosos. En una ocasión leí que Joan F. Toledo, vocalista y uno de los focos vitales del grupo, aseguraba que las comparaciones que les habían acercado a los presupuestos chistosos de Siniestro Total no eran ciertas; por supuesto que no, los gallegos amamantaban sus letras con chistes de calado cañí, los valencianos retrataban escenas mucho más cáusticas y, si me permitís decirlo, más cinematográficas. Además, la gran diferencia entre ambas formaciones estribaba en el nivel melódico de las canciones, Las Máquinas poseían un contingente enorme como compositores de estribillos que propulsaban a moverse, a vibrar y a sentir como casi ningún otro grupo en esta zona geográfica.

Todo el proceso creativo de Las Maquinas acondicionaba a la audiencia para recordar grupos similares de otros lugares, quizá la clave serían Happy Mondays, que también tenían un agitador como miembro activo de la banda; los de Manchester poseían a Bez, pero nuestros héroes contaban con Epo, el hermano de Joan, que proyectaba todo el avituallamiento de diversión y excitación de la que eran capaces, que ya es mucho decir. Cuidaban hasta el último detalle los vídeos promocionales, su imagen, su altiva presencia en lugares de baile reconocibles y, sobre todo, una cárnica dosis de personalidad envidiada por cualquier músico que les conociese. Eran, casi casi, perfectos, lo normal hubiese sido que arrasaran en todo el estado, a pesar de su afiliación con una ciudad a la que se miraba de reojo, de mal reojo diría yo, junto a lo que se acuñaba con el logo VLC. Pero no fue así y supongo que fue un exceso de mala pata y algo de la coyuntura epistolar de lugares poco proclives a aceptar cosas que venían con vientos del Levante.

A pesar de pertenecer a los 90, Las Máquinas se formaron realmente en el 88 y fue un año después cuando publicaron un single promocional con un trallazo difícil de superar, una canción estigmatizada con la estructura del garage que atrapaba desde el primer riff de guitarra de Juancho Plaza; era como escuchar aquellas bandas del género (Standells, Chocolate Watchband…) con una corrosiva letra en castellano y una chulería imposible de superar. Un potencial hit que sigue sonando en infinidad de garitos y que continúa elevando espíritus. Rafa Martinez a la batería y José Sales a la otra guitarra eran los tapados del asunto, un grupo compacto y matemático, tanto en la consecución de las composiciones como cuando se enfrentaban al directo.

Y valientes, eran increíblemente valientes. Con un puñado de canciones en sus mochilas, se largaron al norte de Inglaterra a grabarlas en un estudio que conocía bien esa estructura de pop bailable de corte ciertamente psicodélico. Matt Ellis les produjo aquél primer elenco de canciones y ellos, con toda la fuerza que da la razón, lo vendieron a Sony en un pack. Así vio la luz aquél primer Lp de Las Máquinas, con “El salmón” como cohete de propulsión, otra oda a la irreverencia y al desenfreno pop hilarante, pero activista al mismo tiempo. A partir de aquí nadie entiende bien la historia; de cómo un grupo se muestra innovador y sugerente, con grandes temas arropándoles y algunos acertijos extravagantes para dar un tono snob al asunto, de cómo presentan una imagen irresistible… y no ocurre nada importante con ellos. Resultado: la multi no apuesta y ellos se largan en busca de mejores oportunidades. Se queda como mera curiosidad el parecido de la portada del disco con el de uno de sus grupos fetiche, los Soup Dragons, declaración de principios sin paliativos. Y grandes singles, tremebundos singles.

Una mala apuesta les estaba esperando tras la esquina. Un tipo con ínfulas de listo les convence para engrosar su sello. Con una cantidad de canciones que palidecería a cualquier compañía discográfica, el listillo se lleva al grupo al huerto, o mejor dicho, al callejón sin salida. Menudo elemento, con tales pretensiones que bautiza a su prototipo con un atrayente nombrecito, Lucas Records (sí, permitámonos una tremenda risotada). Lo malo es que no era para reírse, estábamos ante el asesinato de una de las mejores y más prominentes bandas de València, que había construido un Lp redondo, sin fisuras, un disco de rock ambivalente para enmarcar, que iba a ser una de las piedras angulares de la música valenciana a través de los años. Eso era “Fextival”, una obra exquisita y bárbara, delirante e hipnótica, uno de esos discos por los que cualquiera acaba rendido ante tal evidencia de talento. Por aquél entonces se muestran proclives a combinar sus teorías rock con otras tendencias artísticas y son una especie de prototipo de aventureros con el rave y confluencias de baile electrónico impensables es nuestro país por entonces. Choque de trenes, unos opinan que su clara referencia pop la están abandonando mientras que otros abrazan expectantes esa fórmula de electrorock y baile febril. Originales y atrevidos, siempre. Las Máquinas defienden en sus actuaciones que son ambiciosos con la música y realizan conciertos de imaginería dance con psicodelia y rock en lugares perfilados para el hipnotismo lisérgico. Son una serie de conciertos únicos con una propuesta arriesgada, mucha improvisación, cultura del rave, efectos bakalas y sustancias sicotrópicas para ayudar; los lugares elegidos espantan a cualquier rockero de pro, todo hay que decirlo. Pero, pese a todo, siguen siendo compositores de referencia del pop en la zona y continúan con sus accesos melódicos irrefrenables, componiendo pequeños himnos para su futuro disco.

Embarcados en otras historietas, como las del tebeo que tanto admiran, focalizan su trabajo en un lugar multidisciplinar, La Esfera Azul, que les sirve como punto de encuentro, lanzadera de nuevas ideas y hasta centro de grabación (para ellos y otras bandas noveles). Pero no tienen suerte, el local acaba cerrando sus puertas y toda la aureola conceptual se disipa sin haberla disfrutado plenamente. Tampoco consigue pasar de pocas menstruaciones el fanzine músicocultural Fancomic, con varios discos/revistas de notable interés, donde también participan sus colegas generacionales.

Con un buen repertorio en el bolsillo se embarcan en la grabación de un tercer elepé. Se han recorrido todas las salas importantes del País Valenciá, han estado en muchos otros lugares de la geografía hispánica y tienen unas tablas difíciles de superar, se trata ahora de plasmarlas en un nuevo trabajo discográfico. Saben lo que es recibir calabazas por parte de una multinacional, ciega por tener algo tan valioso entre sus manos y no saber qué hacer realmente con ese tesoro; saben lo que es estar atrapado en un sello independiente con ínfulas de grandeza y plasmar solo la torpeza de su inepto director; lo saben todo y por ello piensan en la autoedición como vía de escape hacia delante. Matarile, una diminuta compañía que cobija cosas muy interesantes como Capitán America, brillantes como Una Sonrisa Terrible y que acaba de publicar el sobresaliente primer disco de Ciudadano López, es quién alberga en su seno lo nuevo de Las Máquinas, un disco que comienza con tres barbaridades de gran calibre, la premonitoria “Chándal”, la absolutamente mágica “La imaginación” que les sale redonda, y “Romántico”, una canción embadurnada con ritmos tropicales, con swing y demás antagónicos sonidos para sobrellevar una letra desternillante. Como añadidura, sus compinches, Los Fabulosos Tórmicos (los tres Bros de Los Magnéticos a los vientos) les echan un cable para tiznar de calor las canciones. También es justo decir que aquí intercalan canciones que tenían grabadas para otras ocasiones, incluida alguna frivolidad muy de ese rollo nocturno que les sigue atrapando. El resultado es excelente, las previsiones magníficas, la respuesta de la prensa positiva, pero… otra vez más sin resultados logísticos. “Colorín colorado”, uff no estaba pensado el nombre por eso pero…

Y Las Máquinas terminan sus quehaceres en cuanto a bolos, promoción y pasan a hibernarse hasta la reunión citada anteriormente. Los años que pasaron juntos los recuerdan con pasión, siguen siendo grandes amigos (loable pese a los inconvenientes) y hasta incluso algunos tenemos la esperanza de un regreso no solo revivalista, sino con nuevas canciones, con nuevas ideas, con un nuevo disco.

Las Máquinas son parte del legado más eficiente de una ciudad proclive a enterrar sus mejores propuestas artísticas, pese a que ellos lograron dejar uno de los recuerdos más imperecederos de la historia reciente. Hacían temblar cada lugar que visitaban cuando sonaban sus canciones, cuando Epo se lanzaba con su coctelera de samplers, ideas y provocación, cuando los caleidoscópicos ambientes que generaban conseguían aturdir a los presentes y conducirlos por terrenos alucinógenos de pop altamente muscular, cuando propulsaban aquellos estribillos inmediatos impregnados de emoción; en fin, cuando dejaban ese poso personal unánimemente original. Atrás quedan boutades como aquél maxi en vinilo pensado (y prensado) para lugares de la ruta, que les donó una cantidad importante de beneficios, empleados luego en la grabación de su primer LP; también aquellos vídeos promos en los que se reflejaba una escena proveniente de las huestes mancunianas, lo irresistible de la presencia de Juancho y José a las guitarras y el preciso bajo de Joan, con su voz particular, todo conducido por los ritmos de la batería de Rafa, herencia de uno de los tipos más lunáticos del pop inglés, Keith Moon. Yo, lo reconozco, me siento tremendamente excitado por verlos en directo de nuevo, me perdí sus anteriores reuniones porque me encontraba a varios miles de kilómetros, pero de esta vez no pasa, podré volver a disfrutar de una de las formaciones más valiosas, astutas y maravillosas de la ciudad de València. Como ellos, nadie, fueron únicos, son únicos.

Discografía:

Oficial:

Se lo traga todo – single en vinilo (1990) EGM Tabalet

S.L.T.T. – mini LP en vinilo (1991) Animal Music Works

Las Máquinas – álbum en CD, vinilo y casete (1992) Epic/Sony – Producido por Las Máquinas y Matt Ellis

El salmón – single promo en vinilo (1992) Epic/Sony

El salmón + SLTT– maxi en vinilo de 12” (1992) Epic/Sony

El tiempo – single promo en vinilo (1992) Epic/Sony

El inflón – maxi picture disc en vinilo naranja de 12” (1993) Lucas Records

Fextival! – álbum en CD y casete (1994) Lucas Records – Producido por Las Máquinas y Matt Ellis

Colorín Colorado – álbum en CD (1998) Matarile Pop Records – Producido por Las Máquinas

 

Recopilatorios:

Spanish Bombs Vol 2  “Qué Sé Yo?!” (maqueta) – Casete (1991) Revista Ruta 66

Alto Voltaje  “El salmón” – CD, vinilo, casete (1992) Epic/Sony

Fan*Comic! 0’9  “El inflón” (maqueta) – EP vinilo (1993) La Estrella Producciones

Puzzletron 1  “El inflón” (rave version) – CD, vinilo (1993) Boy Records

Bob Dylan Revisitado  “Todo está roto” – CD (1997) Seminola Records

Fan*Comic! 0’999999  “Chándal” – CD (1997) Subterráneo Records

Explosión Naranja Vitamina C  “Chándal” – CD (1998) Tranquilo Niebla Discos y Matarile Pop Records – Revista Factory (Rockdelux)

Aterrizaje Pop gira ‘98  “Chándal” – CD (1998) Matarile Pop Records

CAC on TV  Chándal” (videoclip) – DVD (2007) Club de Amigos del Crimen (Radio Klara)

Fotos cedidas por Las Máquinas, realizadas por Juan Carlos Domingo, Luis Bori, Rafael Martos, Ana Alarcón, Liberto Peiró y Daniel García-Sala, junto a otras de origen no probado.

04 Joan

05 Juancho

03 Guitar

01 Epo

02 Bate

Fotos 1

Fotos 2

Fotos 3

Fotos 4

Discos