Muchos músicos permanecen ocultos a consecuencia de la hibernación cultural de la mayoría de consumidores, algo que podríamos extender a otros artes. Realmente es un estigma que condena a mentes privilegiadas que no tienen recursos para lograr apoyos masivos o, por lo menos, reconocimientos más dignos de los que suelen obtener con sus logros creativos.
Estaba hace unos días pensando en un tipo menudo de Arkansas llamado Tav Falco y me preguntaba las razones de su anonimato casi condenado a unos pocos fanáticos de su música, a pesar de contar con una cuantiosa cantidad de discos editados, una buena reputación en la prensa y una extraordinaria puesta en escena, por no hablar de apoyos logísticos que no ofrecen duda alguna, como las producciones de Alex Chilton (que, por otra parte, solía ser su segundo guitarrista y ayudante en los coros) o Jim Dickinson… ah! sí, también su hijo Luther, de Northern Mississippi All Stars, que le echó una mano en algunas canciones.
Tav tenía, por si fuera poco, una curiosa pinta de extravagancia latina que le hacía un hombre atractivo y casi cinematográfico. Utilizaba canciones, en su mayoría, de otros, composiciones oscuras, nada o poco conocidas de rock ‘n’ roll primigenio, blues arrebatado de maleantes borrachos, soul sudoroso con vientos abrasadores e, incluso, alguna boutade de jazz, swing o tango. Así de ecléctico se mostraba en sus grabaciones. Escuchar sus discos era como establecer un parámetro entre lo que hacían los Cramps (con sus maravillosas barrabasadas resquebrajando temas de otras décadas) o algunos ignorados capitostes del sonido añejo de los cincuenta.
Recuerdo haberle visto actuar en tres ocasiones, pues tuvimos la fortuna de que sus discos estaban editados en Europa por el sello francés New Rose, que tenía una estrecha relación con promotores españoles; todos sus conciertos eran catárticos, contagiosos y divertidos (especialmente retengo en mi memoria una actuación en Villarreal, sí, Villarreal, que fue orgiástica).
He estado preparando para mi programa, Los 39 Sonidos, una serie de canciones de Tav Falco, adaptaciones que van desde el garage más crudo a la suavidad lounge de Sinatra, que también recuperó en algunos momentos.
Era un excepcional crooner eléctrico, un personaje que pergeñaba estilos de otras épocas y lo hacía con brío y actitud, era sincero y apoteósico. Ahora es mucho más compositor y sus últimos trabajos son realmente notables, pero en otras coordenadas, vibrantes también. Su talento se esconderá siempre en ese olimpo de artistas brillantes que no tuvieron la fortuna necesaria para hacer justicia a su obra.