No sé si fue exactamente por su culpa o por la de su inspirador (Henry Roeland Byrd), pero lo cierto es que desde muy joven sentí una pasión especial por la ciudad de Nueva Orleans.
Luego descubrí el sonido del Cajun y del Zydeco y me quedé prendado de la esencia de toda la Louisiana, un país dentro de los USA que hasta proclamaba con altivez su idiosincrasia francófona.
Cuando empecé a manifestar mis credenciales como critico musical, tanto a nivel radiofónico como literario, uno de mis recursos siempre fue la recurrente isla sonora de New Orleans, toda una forma distintiva de entender el blues y un mestizaje (odio esa palabrota, pero en este caso es más verídica que en ningún otro) que aunaba a blancos y negros en un cocktail insospechado e imposible en otros lugares del mundo.
Tuve la suerte de vivir aquella ciudad en tres ocasiones inclusive otra más, circulando por los pantanos y por todo el estado de Louisiana, buscando a Revon Reed infructuosamente, ya que allí descubrí que había fallecido solo unos meses antes.
Revon fue uno de los grandes catalizadores del sonido cajun, pero eso no es lo que me importa ahora, sino el fallecimiento del icónico Dr. John, un genio mayúsculo que sabía como nadie predecir la simiente del rhumba blues y su copulación malsana con las hierbas envenenadas de la magia negra, el Voodoo y el Gris Gris, porque caminaba con espíritus agitados e insatisfechos.
Mac Rebennack, alias John Creaux y, por supuesto, conocido en las catacumbas como el Dr. John, fue un hito en la música del sur americano, heredero del Professor Longhair (antes he citado su verdadero nombre) e instigador de una poción perversa de americana revestida de colores del Mardi Gras, con sus collares de cuentas y sus calaveras enponzoñadas.
Es difícil que su música pueda llegar a las nuevas generaciones, ya que éstas están desprovistas de la imaginación espiritual necesaria para entenderle, pero me la sopla; para mí ya ha supuesto una revolución en la música sureña y un bastión de una ciudad que, desde siempre, ha sido la cuna de la música que me gusta, incluso de la que me envilece, de la que me emborracha con su loción alcohólica, de la que me sumerge al mundo de los no vivos, de la que me baña en oleadas de efluvios amargos, de la que me anula la sensación de existir como tal, para caer en un limbo apartado de la vulgaridad que me rodea.
Espero encontrarme con el DR. John al otro lado del espejo, ese que, cuando miro, proyecta una ilusión de que algo detrás me está esperando para clavarme sus garras y hacerme sangrar de placer.
Buenas vibraciones!