Puede que sea en ocasiones excepcionales, pero es satisfactorio comprobar que se dispara un resorte en nuestro interior que nos prepara, que nos advierte que algo puede ocurrir, que algo captura mucho más que nuestra atención; nos atrapa, nos engulle, nos encadena. Algo irremisiblemente superior a nuestro escepticismo, que manipula sin consentimiento la capacidad de absorción, de sorpresa, de atención, casi de aceptación de que algo, o alguien, nos interesa por encima de lo normal, si es que hay algo característicamente fuera de lo normal en lo que nos rodea.
Reconozco que me suelo enfrascar en búsquedas, anhelos de esencias que me transformen, que hagan de este vulgar mundo algo excitante y onírico, como un cuento corto en el cual Alicia se come la galleta equivocada y crece, crece… Y encuentro, claro que encuentro. La genialidad es mucho más plausible de lo que creemos, la encontramos por doquier, pasa delante de nuestra mirada y no la descubrimos hasta que alguien aprieta el botón, enciende las luces, provoca llamaradas y, pues sí, nos encendemos. Bendita llama que quema nuestros adentros y los agita, los resquebraja y carga de luciérnagas ese infinito mundo interior que tenemos todos dentro y que, desgraciadamente, se va empequeñeciendo, se va empobreciendo, debido a una vorágine tan absurda como aburrida. Salida. Puerta pequeña, puerta grande, lo que el mundo necesita es un nuevo folk singer, decían Cracker; sí, lo que el mundo necesita es creer en el mundo, en los dibujos y en las líneas de trazado, en los continentes sin explorar y en las iglesias sin religión, en la ciencia, pero con límites, en la creación, sin límites, en los artífices de un espacio exterior que culmine nuestro espacio interior. Artistas, generadores de instantáneas para agrandar nuestro pequeño planeta, donde no hay barreras ni fronteras, donde sólo se intercambian percepciones, sin emolumentos banales ni mundanos; es el sobrenombre de lo efímero, lo glorioso de ese instante que tiene caducidad y a nosotros no nos importa, porque en su precaria existencia nos ha transformado en pasión, en deleite, nos ha hecho mejores y nos ha elevado a espirituales, aunque sea de forma somera y fugaz. Es el talento, el que envidiamos y del que nos alimentamos los que no somos genios, porque para ello están los que sí lo son, los que amamos y nos dejan que amemos profundamente las cosas, que se dibujan bajo un prisma resplandeciente y casi real. Una realidad que ellos tienen el poder de compartir para nuestro regocijo. Y yo sólo puedo agradecer esto, sentirme henchido de gozo por conocer, embriagadora palabra, conocer a quién crea de esa forma lo que yo quiero que cree, arquitectura del espíritu para aumentar mi felicidad, a la postre una persecución que tengo, la felicidad, por no decir que me creo en la obligación de entregar algunas porciones de felicidad a gente que quiero, es decir, a todos. Los genios, sí, los genios, muchos de ellos tan minúsculos, tan tímidos, que ni siquiera se atreven a saberlo. Pero para eso estamos nosotros, es un pequeño tributo a los seres extraterrestres en su dimensión terrenal, en su departamento o en su almacén cerebral, capas y capas de creación, de composición, de entrega y de agitación. Genios.
Ezra Furman se nutre de las oleadas del pasado, pero es tan consecuente con lo que le rodea que lo trasforma casi inmediatamente en alegorías del presente, de su presente. Nace en 1986 en Chicago y en una innegable tradición judía en la que el arte debe ser canalizado hacia otras dotes mayores, no concuerda con esto y escapa a la costa este, primero, a la oeste, después. Se afinca en Boston y crea su primera banda, The Harpoons, vampirizando (todavía es muy joven) a sus héroes de adolescencia, todo el Glam británico de los setenta, Dylan y Velvet Underground. Sí, es cierto, perece demasiado evidente, pero lo que no lo es son sus canciones, algo llevan de carga anímica personal que fluye para atrapar a quién las escucha, a quien las saborea. Mientras su hermano Jonah se recrea en la formación de un grupo de corte agresivo, Krill, Ezra se introduce en el mundo religioso judaico, aunque con los matices que le permite su personalidad, abierta y vitalista.
La dicotomía entre un creador nato y la camisa de fuerza auto inflingida por una creencia religiosa se enfrenta a cada instante de su vida. Lee que “si has de ser judío, tienes que ser un buen judío”. ¿Qué significado tiene esto? ¿hasta donde unas ataduras morales modifican la libertad de expresión creativa?, bien, parece que no hay que preocuparse demasiado, ya que los primeros discos de Ezra Furman And The Harpoons son obras de un coloso que se mantiene avizor para que esas creencias no afecten a la obra final. “Banging Down The Doors” se publica durante 2007 en el sello Minty Fresh, un atractivo colectivo que acoge a bandas prominentes bostonianas como papas Fritas y de otros lugares, caso de Veruca Salt o Bettie Serveert; el disco cuenta con arrebatadoras historias sobre lugares comunes cotidianos, personas, madres, novias efímeras, zancadillas y celebraciones truncadas. Ezra es un gran letrista, aprende rápido de sus ídolos, pero se muestra menos áspero, su vocación dispara una adrenalina juvenil solo rota por momentos de derrota, que vendrán pocos años después. Las ventas de sus discos no son espectaculares, aunque se emplea a fondo recorriendo el país en giras largas presentando sus dos siguientes discos, “Inside The Human Body” y “Mysterious Power” del 2008 y 2011 respectivamente. Los Harpoons se resquebrajan, las complicaciones para ser consecuente con el sabbath judío dan al traste con parte de sus actuaciones y es entonces cuando pierde la confianza y se queda sin compañía discográfica. Antes de ello había editado un recopilatorio de demos, versiones en directo y sorpresas titulado “Moon Face: Bootlegs and Road Recordings” conteniendo algunas canciones perdidas de sus comienzos. Los Harpoons dejan una trilogía de discos vibrante y esencial para entender los primeros y arrebatados tiempos de un joven cuyas canciones destila por los poros, como esculpiéndolas a base de sensaciones.
En 2012 se embarca en una especie de crowfunding para editar su primer Lp en solitario, eso le lleva a pasar una temporada con depresión, algo lógico para un músico que se siente valioso pero infravalorado, a pesar de que la prensa le tiene en alta consideración.
Con lo que recauda, saca a la luz “The Year Of No Returning”, la primera obra redonda de su carrera, un disco sin fisuras, aunque con una angustia flotando alrededor de las canciones que muestra un chico roto, con problemas de identidad y, por lo que veremos más adelante, de sexualidad. Sus registros vocales son elegantes y dispares al mismo tiempo, puede recorrer escalas agudas creando instantes climáticos y las comparaciones con un joven Bowie, Jonathan Richman de los primeros Modern Lovers (otra adoración personal) y Gordon Gano, de Violent Femmes, son más que palpables. A pesar de ser un disco autogestionado, el sello Bar None se queda prendado del mismo y lo reedita de forma oficial. La esperanza inunda el proyecto del nuevo Ezra Furman y se bautiza con sus Boyfriends como nuevo resorte de acompañamiento. El genio se moldea para su aventura final.
Tim Sandusky comienza a formar parte de su mundo y es él quien le ayuda en el prototipo de su nueva banda. Como es saxofonista, su incorporación a la música de Ezra le dota de un distintivo fuera de lo común, hace siglos que no se emplea el saxo en grupos de pop, pero para ello recupera aquél espectro bowiano del Pin Ups o Diamond Dogs y le confiere una presencia de peso. Junto a Ben Joseph (teclados, guitarra), Jorgen Jorgensen (bajo), y Sam Durkes (batería) perfila su cénit creativo, un disco que aúna todos sus conceptos de herencias bien entendidas con el malabarismo melódico de su cosecha y las estremecedoras voces de las que es capaz. Odas a Bo Diddley, R&B pasado por centrifugadora pop, neo blues sincronizado con texturas indies y una sobredosis de talento personal llamado “Day Of The Dog”, el mejor disco de un músico americano fuera de contextos determinados o de etiquetas manidas. Redondo, sublime, cargado de tensión y elaborado con la magia de un literato pop inigualable. La prensa europea se rinde a sus encantos, 5 sobre 5 en la mayoría de críticas, 8 sobre 10 la menos benévola, pero la rotundidez de sus postulados sónicos, la alegría que transmite sobre un escenario, el desparpajo y su extraña confabulación con la indefinición sexual atrae de inmediato a los británicos, que históricamente comparten la simbología de almas distintas y distintivas, de personajes que escapan a estereotipos prefijados por la sociedad.
Bella Union, la compañía discográfica que regenta Simon Raymonde (Cocteau Twins) llama a su puerta y su siguiente hallazgo se edita bajo su manto protector, “Perpetual Motion People”, otro caleidoscopio de belleza inusitada, otra colección de cortos cinematográficos sobre historias de personas que no se acoplan a la vulgaridad. Sublime, como su predecesor, avisa que aquí no acaba todo.
Después de esto ha editado dos minielepés, uno con versiones para el Record Store Day del 2016, en la que adapta cosas tan antagónicas como Jackie Wilson, Little Richard, Paul Westerberg, Melanie o Beck (“Songs By Other”) y otro con canciones pendientes que quedaron fuera de sus dos últimos trabajos y que reúne en torno a la reivindicación de los refugiados a tener una vida más digna (Big Fugitive Life).
Ser un genio no es tarea fácil, incluye desvaríos, problemas de identidad, rupturas con los acompañantes y dolores de cabeza, pero a unos pocos, los que accedemos a ellos, nos otorgan el gran premio de descubrir, de inmediato y con efecto retroactivo, seres superiores que edifican muros de pasión en nuestros corazones. Y Ezra Furman sabe construirlos como muy pocos pueden hacerlo.