Esta mes se resucita una de las obras más jugosas y sorprendentes del sonido de nuestra ciudad, un disco que apareció casi sin aviso (como los grandes) y revolucionó el estado musical valenciano, con textos hilarantes y corrosivos, guitarras envolventes y toda una mística que sugiere más que explicita, que golpea más que acaricia, aunque también todo lo que no se supone que está, se encuentra aquí, en un cajón de sastre rebosante de algoritmos sónicos y metáforas de lo cotidiano, sin exaltarse, pero cargadas de ironía sexual, de imágenes cotidianas deformadas por una encantadora sordidez que emanan las composiciones de aquel dúo, ahora grupo sólido, que sigue siendo tan transgresivo que asusta a esta sociedad tan vulgar y encorsetada que se sonroja con solo vislumbrar un asomo de vanguardia.
Eso, sobre todo, son Sokolov, vanguardia desde una calificación de estetas de erotismo pop, un grupo de acertijos en forma de grandes canciones, de provocación a raudales, de cinismo bien entendido, de acritud con lo barato, culturalmente hablando; toda una filosofía de creación en estado vibrante.
La pasada noche del 2 de Junio de 2019, para embriagarse de nuevo con esa «Merienda campestre», tan cargada de imaginación como de artillería provocadora, su directo en El Loco Club fue un cúmulo de abrasadoras canciones volcadas con la ayuda de una puesta en escena tan teatral como efectista, jugando siempre con ese sexo sórdido que les apasiona, con esa agresión a los poderes establecidos en donde un sacerdote proclive a excitarse con niños y monjas de su congregación, acabó repartiendo hostias al público y ofreciendo un strip tease de alto voltaje. Musicalmente desgajaron aquella merienda con refrescos de sus dos siguientes trabajos, siempre bajo una conveniente y punzante línea de arreglos que les muestra también como un gran grupo de rock con aristas, con ese coeficiente de riesgo que ellos asumen desde su primera canción. Concierto denso y sin intermedios superfluos, redondo en su ejecución y matemático en lo visual, como es usual en ellos, regado de estéticas antagónicas, la de Mireia, realzada por su rebosante sexualidad, la de Assad, con ese inquietante look a medio camino entre militante de un movimiento totalitarista (algo que repudia, como deja bien claro en todas sus letras) y de inocente colegial de bachiller en centro religioso. Una buena forma de envenenarse con pasteles maliciosos en forma de estribillos endulzados con arsénico.
Buenas Vibraciones!