Uno de los músicos cuya influencia ha sido determinante para la consecución del rock con aristas, de la música como elemento perturbador y, a su vez, poseedor de un lirismo apabullante, que cristaliza en una de las discografías más extensas y excepcionales de un compositor de canciones que atraviesa tres décadas.
Eclipsado injustamente por Lou Reed, que compartió con él los momentos más asfixiantes de Velvet Underground, sus trabajos jugaban a descubrir postulados abiertos y sonidos atrevidos, a la vez que emocionales. Cale es un visionario del rock en toda la dimensión de la palabra, descubridor de nombres insignes, productor de discos emblemáticos, guía de estetas, activista incombustible y generador de sensaciones a través de una carrera sin fisuras, regada con dosis de talento incontestable y admirado por diversas generaciones de músicos y cinéfilos, gracias a sus innumerables participaciones como compositor de bandas sonoras de films de vanguardia.
John Cale siempre ha sido un tipo difícil, huraño, casi agresivo, pero todo tiene una explicación: criado en una tensión familiar con enfrentamientos dialécticos en su Gales natal (su madre le hablaba únicamente en galés, mientras que su padre era un defensor de la unidad lingüística del Reino Unido), acabó sojuzgado por mentores cuyas raíces religiosas no daban opción a su increíble inquietud de sabiduría. La huída hacia Londres y su implicación en proyectos de música experimental le llevó a relacionarse con alumnos aventajados de escuelas de conservatorio y grupos de trabajo abiertos a proyectos de inspiración atrevida, lo que le hizo colaborar con su música en pequeños esbozos cinematográficos. Todo ello le acabó llevando a un enlace común, la inspiración de John Cage, los trabajos de Aaron Copeland y las enseñanzas de Michael Garrett, buscando un destino en la ciudad emergente para cualquier atisbo de experimentación artística: Nueva York.
Afincado en NYC entronca con el propio John Cage y colabora con el Theatre of Eternal Music, junto a otro prominente genio, La Monte Young, quien, junto con el alemán Tony Conrad (que luego sería un pilar importantísimo del krautrock), crean The Dream Syndicate, ayudados por el multiinstrumentista Angus MacLise, posteriormente primer batería de Velvet. Todo ello le lleva a moverse por terrenos de pop-art y conocer a Andy Warhol, que le introduce en el mundo del rock con la ayuda de Lou Reed y de su amigo Sterling Morrison.
La historia de Velvet Underground es sobradamente conocida, así como los conceptos de distorsión y feedback que Cale adaptó a las composiciones de Reed. La valía interpretativa que desarrollaba sobre el escenario, la intuición para capturar unas formas nuevas al historial del rock ‘n’ roll y su versatilidad como compositor (aunque Reed nunca asumió parte de su autoría de algunas canciones de Velvet) despertaron la admiración por aquel enfant terrible procedente del país de Gales. La dureza de carácter que atesoraba, junto a la dificultad en la personalidad de Lou Reed llevó a su deserción de la banda.
Y, a partir de aquí, un ejemplo de grandiosidad como músico y como creador. Ataviado con sus valores instrumentistas, Cale publica una de las mejores y más variadas discografías que un músico de rock puede ofertar. Desde su personal pedestal de genio incomprendido por la escena pop, perfila discos arrebatados con aromas clasicistas y envoltorios que van desde la dulzura más dúctil a la histeria desaforada. Muchas obras maestras, “Vintage Violence”, el viscontiniano “Paris 1919”, los más densos en la trilogía de Island, “Fear”, “Slow Dazzle” o “ Helen Of Troy”, las experiencias de “Church Of Anthrax” (junto a Terry Riley) y “Academy In Peril”, o su posterior trayectoria, con Lps magistrales como “Sabotage”, “Honi Soit” o “Music For a New Society”. Sus labores como productor dan a luz iconos como “Horses” de Patti Smith, el primer álbum de unos angustiosos Stooges, el debut de los Modern Lovers, la esencia del sonido Manchester con Happy Mondays o la nueva ola de Squeeze. Trabajos imperecederos de alguien cuyo nombre debería enmarcarse como símbolo de la cultura sónica moderna. Junto a él han estado diversos nombres que revelan su importancia, Brian Eno, Robert Wyatt, Kevin Ayers, Phil Manzanera, Chris Spedding o la misma Nico, cuya carrera coordinó él mismo con actitud arriesgada en cada uno de sus discos. Lo sorprendente de Cale son siempre sus estados anímicos, que ingieren en sus canciones, desde instantáneas inmaculadas de pop etéreo hasta turbulencias nerviosas y alteradas, un esfuerzo por atrapar las células internas de su cerebro.
No intento hacer un artículo de John Cale, necesitaría páginas y páginas para relatar sus aventuras y desventuras, algo que hoy en día en internet no soporta nadie, por lo tanto él sirve como comienzo a esta serie de “reflexiones”, que serán esbozos cortos sobre artistas que reflejan en su bagaje una identidad tan eficaz como necesaria para entender la música tal y como nos ha llegado. Músicos con legado, con poso y trascendencia, como ese inquieto y encantadoramente antipático artista llamado John Cale.
John Cale, recuperado en Los 39 Sonidos durante los meses de Septiembre y Octubre.