Estamos cada vez más acostumbrados a que el arte se pueble de malditismo, es consecuencia de la atracción que se siente hacia la marginación y la compasión que producen éstos elementos en nuestra psique. Por eso la música tiene la mayor cantidad de “losers” que un género artístico puede condensar; y los tenemos para todos los gustos, aunque suelen excitarnos más los suicidas, que desperdician su talento en un acto final de creación sublime, acabar con su vida y privarnos de su creatividad. Y así ha sido desde siempre, los vaivenes de los genios están marcados por sus altibajos depresivos o por su inefable búsqueda del dolor personal, por no hablar de la adicción a ciertas sustancias que les llevan a buscar salidas que se suelen convertir en puertas cerradas, de las que nunca saldrán.
Pero no vamos a juzgarles, bastante tienen con ser etiquetados como esperpentos, algo que tampoco les ha ayudado mucho. Lo único que me parece interesante es observar como su debacle personal les inspira para confeccionar monumentos sónicos para nuestro deleite. En eso estamos, porque cada uno de nosotros puede tener una elección de sus monstruos favoritos, así que me voy a permitir el lujo de trasladaros los míos.
Son diez ejemplos de decaimiento síquico y físico, diez porciones de música envenenada que se nutren de la miseria de sus artífices, unos desalmados y adorables perdedores, que echaron su vida por el retrete y tiraron de la cadena, hasta romperla.
Un crooner que adelantó ciertos timbres usados por el Rock ‘n’ Roll años después. Nacido en el estado de Oregón, tuvo una infancia conflictiva y perdió prácticamente la audición de su oído derecho a consecuencia de un accidente. Interesado en tocar el piano y en la música negra, especialmente el Blues, admiraba a vocalistas como LaVern Baker o Kelly Smith.
Ray tenia una peculiar forma de sentir sus canciones, expresaba un sentimiento desmesurado, las teatralizaba, a consecuencia de sus terribles complejos y de su oculta homosexualidad. Sus conflictos internos y una operación que acabó con casi toda su capacidad auditiva, hizo que se moviera por las vibraciones que sentía cuando entonaba una canción. Si nos percatamos, muchos cantantes se tapan el oído en las pruebas de sonido para captar mejor el timbre que están desarrollando, a él no le hacía falta, las vibraciones de sus cuerdas vocales retumbaban en su cerebro y así conseguía un épico tono vocal, inigualable para cualquier otro. Eso y sus formas pre rock, consiguieron hacer de él un hombre valorado en los charts de los 50.
Su canción más emblemática fue “Cry”, en ella el tremendismo, lo dramático y la dulzura se estrechan en un abrazo sublime. Además, en sus actuaciones llegaba incluso a llorar.
El final de su vida fue un calvario, drogas, alcohol, desesperación, fracasos y el abandono. Pero en cualquier buena colección de discos habrá lugar para el pobre de Johnnie Ray, aquél chico tímido que cantaba como los ángeles y lloraba y lloraba.
Más que un maldito o un perdedor, estaríamos hablando de mala suerte, porque Frederick Earl Long, nacido en el estado de Alabama, no tuvo oportunidad de seguir demostrando su energía, su combate contra la vida y sus increíbles dotes debido a que murió a los 29 años en un accidente automovilístico.
Desde muy pequeño desarrolló un innato pulso del ritmo y fue perfeccionando el uso del piano, a la vez que demostraba sus cualidades vocales y compositivas. Sus comienzos estuvieron ligados al culto religioso y a los coros gospel en su Birmingham natal, pero sus condiciones físicas le hicieron huír hacia el norte y recalar en Detroit, donde comenzó su corta y espectacular carrera. Tras pertenecer a varios grupos de R&B y Doo-Wop, cambió su nombre por el de Shorty, bromeando con la tara que le había creado tantas burlas y problemas en su infancia (no lo he dicho antes, pero Shorty era enano, padecía el síndrome de Morquio, una enfermedad hereditaria del metabolismo que impide crecer, aunque no disminuye ni merma la capacidad intelectual). Al poco tiempo, Berry Gordy Jr le descubrió y se lo trajo a la Tamla Motown, donde grabó dos magistrales discos que pasarán a los anales de la compañía como los discos de corte más sureño que un sello Northern podía tener.
Shorty Long fue un hombre querido por todos y un compositor fundamental si analizamos clásicos como “”Here Comes The Judge”, “Devil With The Blue Dress” o “Night Fo’ Last”; un hombre diminuto que se convirtió en un gigante.
Su vida fue la crónica de una muerte anunciada. Guitarrista de la primera banda punk reconocida, los New York Dolls, artífice de discos emblemáticos del sonido neoyorkino y personaje conflictivo en sus conciertos, Thunders hacía honor a su apellido de pega (su nombre auténtico era John Anthony Genzale) y mostraba la mayoría de veces el lado adrenalínico e incendiario que protagonizaban los personajes de sus canciones.
Tras su paso por los New York Dolls y la grabación de dos LP’s seminales del sonido de NYC, fundó los Heartbreakers, con mayor dosis punk y mucho nihilismo. Sus actuaciones eran catárticas, eso cuando las llegaba a concluir, ya que su adición a la heroína hizo estragos en su carácter, pasándo a abandonarse a sí mismo y a sus amigos, por no hablar de una carrera que tuvo instantes simplemente geniales como el álbum “So Alone” (1978) o su predecesor, un disco clave del punk entre continentes, ya que su relación con Inglaterra era más intensa que la que mantenía con su propio país, “L.A.M.F.” (1977) es un alegato de rabia, provocación y frustración difícilmente igualable.
Pero su vida era un caos, hacía obras maestras y discos acústicos que chocaban con lo que sus fans esperaban de él. Lo bueno es que nunca defrauda ninguna de sus grabaciones, cualquiera de sus trabajos muestra un nivel envidiable, no así los conciertos, en los que combinaba momentos lúcidos con imágenes despiadadas de un zombie a punto de caer en su propia trampa. Y vaya si cayó, en un hotelucho de Nueva Orleans, por sobredosis; aunque en sus últimos años su vida estaba destrozada porque había contraído el sida y padecía leucemia. Todo un poema del infierno.
Elegante músico de Chicago que entraba dentro de la constelación del sonido de Curtis Mayfield. Su versátil forma de cantar, con un falsete delicado y en absoluto forzado, hacía que sus composiciones adquirieran unas tonalidades extremadamente sensibles. Su carrera estuvo plagada de reconocimiento, pero eso a él le importaba poco, su mente le jugaba constantemente malas pasadas, hasta que acabó con esquizofrenia paranoide.
Su primer trabajo como solista, ya que antes había participado en sesiones gospel, fue el fastuoso single “The Ghetto”, una canción de corte latin que aderezaba el contexto soul y que le llevó inmediatamente a la fama. Luego se sucedieron LP’s brillantes, como “Everything Is Everything” o “Donny Hathaway”. Su vida parecía perfectamente estimulante, casado con un amor de juventud, padre de dos hijas que también estaban introducidas en la música y una serie de contratos discográficos bastante interesantes. El problema residía en su cerebro, que se empeñaba en destrozar su talento y en llevarle a infiernos personales. Su gran amiga, Roberta Flack, con la que grabó un par de álbumes, era consciente de lo que le pasaba e incidía constantemente en su tratamiento, que derivó de la depresión a la locura en pocos pasos.
A la edad de 33 años hizo su última aparición estelar precipitándose desde la ventana de un hotel en Nueva York y acabando con todos sus miedos, sus problemas y su genio.
Perseguido por la mala suerte, Pete formó dos grupos que heredaban mucho de lo que se suponía hubieran hecho los Beatles de continuar juntos. Nacido en Gales, participó en un buen número de grupos adolescentes e incluso contactó con Ray Davies (The Kinks) que estuvo a punto de producir canciones suyas. Primero fueron The Iveys, con un mini hit titulado “Maybe Tomorrow” y luego ya recompuso su trayectoria con Badfinger, junto a talentos de gran nivel como Tom Evans y Joey Molland. Ayudado por los mismísimos Paul McCartney (que cedió canciones como “Come And Get It” con ánimo de que alcanzasen notoriedad) o George Harrison, que produjo alguno de sus brillantes LP’s, Badfinger fueron rubricando álbumes exultantes de composiciones diamantinas donde los estribillos catapultaban momentos de tremenda emoción. Algunas de sus gemas todavía continúan siendo estandartes del mejor pop británico de los 70 y precursor del posteriormente llamado Power-Pop, que bebía de Badfinger como su mejor manantial. “Without You”, que fue luego llevada a la constelación de clásico en la versión de Harry Nilsson o, sobre todo, “No Matter What”, son piezas para recordar para siempre al grupo. Pero Pete sufría depresiones y su manager, Stan Polley, se hizo con los derechos y robó todo el dinero al grupo, con lo que condenó al alcoholismo y a la desesperación a Ham. En 1975 apareció ahorcado en su garaje de Surrey con una escueta nota explicando que era lo mejor y que ya no podía confiar en nadie. Dejó a su novia y a una hija que nació un mes después de su muerte. Tiempo después, su mejor amigo y también componente de Badfinger, Tom Evans, se suicidó también, por eso se dice que Badfinger fue el grupo de rock con la peor suerte de la historia.
Considerado uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, su aprendizaje tomó forma a partir del Blues americano, del que aprendió sus cadencias y su sentimiento, algo que siempre se palpó en las interpretaciones que aportó a los grupos a los que perteneció. Junto a Paul Rodgers, Andy Fraser y Simon Kirke formó una de las bandas más representativas del hard rock inglés, Free, que alcanzaron un reconocimiento inmediato y fueron colocadas junto a Led Zeppelin como adalides de aquella generación. Pese a la fama alcanzada, Kossoff sufría por su personalidad inestable y acabó refugiado en una adición a la heroína que, a la postre, le condenaría. La vorágine de giras, viajes y tensión nerviosa que suponía estar en un grupo convertido en leyenda viva, le supuso un exceso de stress difícil de superar. Tras una serie de discos fantásticos, “Tob Of Sons”, “Highway” o “Fire And Water”, la banda se separó momentáneamente y Kossoff comenzó a colaborar con otros músicos, tan versátiles como él (John Rabbitt y Tetsu Yamauchi, entre otros), encontrándose más relajado. Pero Free se reunieron y siguieron haciendo giras y discos hasta que la máquina explotó y los componentes se desperdigaron en otros proyectos, como Bad Company o Back Street Crawlers. Precisamente el primer LP en solitario de Kossof se tituló como el grupo que luego formaría, “Back Street Crawlers”, pero el ritmo de trabajo no podía relajarse y cada vez se complicaba más en su adición. Nadie sabe hasta qué nivel podría haber llegado su creatividad, tanto como compositor como instrumentista, porque su salud se resquebrajaría hasta colisionar con una sobredosis en 1976. En su epitafio leemos “All Right Now” como aquél gran himno de los insustituibles Free.
La injerencia en la música de los últimos veinte años que ha supuesto la corta trayectoria de éste músico es tan sorprendente como justa. Abrumado por las bajas ventas y la falta de atención por parte de la prensa en su momento, Drake era un chico tímido que caía en estados depresivos continuos. Uno de los pioneros en el arte de combinar folk y pop, se alió con músicos de gran talla para grabar su primer LP, un disco hermoso e intimista que contó con la presencia de Richard Thompson (Fairport Convention) y Danny Thopson (Pentangle). “Five Leaves Left” fue el primero de la gloriosa trilogía de discos que Nick Drake entregó a la posteridad, con colaboraciones de lujo como las de John Cale, Dave Mattacks o Sandy Denny. Durante la grabación de su segundo LP, el excepcional “Bryter Layter”, que cuenta con una de las obras mayúsculas de su carrera, “Northern Sky”, se vió involucrado en la catársis de John Cale, enganchado por entonces a la heroína, y cayó en una profunda depresión que acabó en un hospital psiquiátrico, atiborrado a pastillas. Para la consecución de su tercer álbum la situación no mejoró demasiado; “Pink Moon”, el disco más íntimo y triste de su carrera, considerado su mayor obra (cosa con la que estoy totalmente en desacuerdo, pienso que sus dos primeros LP’s son más redondos), es el canto del cisne de un ser frágil, que volvió a recluirse en un centro durante cinco semanas, acosado por una fuerte crisis nerviosa. Sin tiempo para poder dar más de sí, Nick murió de una sobredosis de tranquilizantes, dejando un legado del cual ni siquiera se percató. Qué lástima de genio.
Su voz privilegiada llegó a millones de corazones con una canción que, todavía hoy, más de treinta años después, sigue siendo la banda sonora de un pensamiento, de una revolución cultural. “San Francisco (Be Sure To Wear Flowers In Your Head)” le condenó a pasar como intérprete de una sola canción, pese a que poseía una fuerte personalidad y un timbre vocal poco probable de superar. Nacido en Florida, se trasladó a Nueva York muy joven, picado por la curiosidad de lo que se vivía en el Greenwich Village, el folk de nuevo cuño que engendraban figuras como Fred Neil, Phil Ochs y Dylan. Junto a dos amigos de la infancia, John Phillips (futuro Mamas And The Papas) y Dick Weissman, montó el trío folk The Journeymen, editando tres sensacionales compendios de esa nueva música que estaba captando la atención de toda America, aunque dotando a sus canciones de un contexto algo más pop.
Atraido por las jóvenes generaciones que vibraban con un futuro mejor, marchó a San Francisco, junto a John Phillips, que le compuso aquél alegato a la libertad y a los sueños, aquella canción que repetía contantemente “people in motion”, retratando la juventud más válida que jamás ha existido. Tras otro éxito, el single “Like An Old Time Movie”, llegó un segundo LP, más orientado hacia el country rock, que no tuvo la misma acogida que el disco de debút. Scott entonces, abatido por el fracaso de la cultura hippie, se abandonó en el Joshua Tree hasta que, muchos años después, le convencieron para formar a unos nuevos Mamas And The Papas, junto a Mike Love (Beach Boys), Terry Melcher y el propio John Phillips, pero aquello fue un espejismo. A pesar de que sus composiciones eran realmente buenas, los éxitos llegaron siempre de la mano de los temas escritos por su amigo Phillips, excepto “Kokomo” una canción del repertorio final de los Beach Boys. Scott vivió, en su mundo de recuerdos, en algún lugar de California hasta su muerte, en el 2012.
Una de las almas en pena de las últimas generaciones, vocalista grave y magnífico instrumentista, era un viajero nato, observando distintas zonas de norteamerica, desde el profundo sur a ciudades emergentes como Portland, dode acabó viviendo. Sus comienzos, dentro del grupo Heatmiser, estaban ligados a los sonidos indies provenientes de la costa oeste y le equiparaba a bandas como Grandaddy o Pavement, pero su etapa posterior en solitario mostraba a un Smith profundamente lírico, con abrumadoras formas climáticas que solían estar desarrolladas por instrumentos acústicos. Algunos de sus últimos discos pueden cosiderarse obras cumbre en el más reciente sonido americano, a pesar de que él nunca se conformó con los arreglos de sus trabajos y repudió haber fichado por una compañía multinacional. A consecuencia de ello estuvo muy metido en problemas de alcoholismo, drogas y depresiones, que le acompañaron hasta su muerte, producto de una situación desesperada en la que busco pagar los males del mundo, según sus propias palabras, practicando un rito similar al que se autoinflijían los japoneses, el llamado hara-kiri. Tras de sí dejó LPs inconmensurables como “Figure 8”, “XO” y “Either/Or”. Su desaparición resquebrajó algunas estructuras de la independencia pop estadounidense, por lo terrible del final y por la gran pérdida que supuso la marcha de una de las grandes apuestas del mundo moderno.
El chico más tímido de la playa de Gros, Iñaki Gasca, fundador de una de las bandas seminales del rock vasco, Derribos Arias, puede que sea la figura más entrañable y añorada de la mal llamada movida. Uno de los personajes de la escena de Donosti, que recaló en Madrid cuando ésta ciudad bullía con las nuevas bandas que nacían bajo el amparo del punk y de la mejor versión de aquella Radio 3 inolvidable. Primero fue La Banda Sin Futuro, luego los terriblemente catárticos Derribos Arias, cuyo único LP y un buen puñado de singles se encuentran entre lo más lisérgico del estado español. Sus conciertos eran pura dinamita, con toneladas de provocación, momentos ligados a sus gustos particulares, una suerte de Joy Division mezclado con la Velvet Underground (de los que hizo una extraña versión, “Pobre Cowboy Bill”), propuestas de punk arrebatado y distorsión a raudales, todo aderezado con un fabuloso sentido del humor y letras desaforadas. Participó en la mejor etapa del cine de Almodovar, en “Laberinto de pasiones”, donde hace un papel de alucinado que tira de espaldas. Lo peor lo tuvo en sus últimos años, maltratado por una enfermedad incurable, esclerosis múltiple, que le marginó de su propia historia hasta que acabó con su vida. Algunas de sus canciones son más que emblemáticas, “Dios salve al Lehendakari”, “Aprenda alemán en 7 días”, “Disco pocho”, “A flúor”, animaladas imposibles de igualar ni siquiera muchos años después por nadie en éste país. Dicen que las llamas que prenden más rápidamente alumbran con más fuerza, aunque se agotan antes; algo así fue la vida y leyenda de este genio al que tuve la suerte de considerar amigo. Gora Poch!!