La invisibilidad como lucha social es una de las argucias que puede emplear el desfavorecido como réplica a la asfixia a la que le somete la sociedad.
Todos somos invisibles a la hora de tener en cuenta nuestros derechos, todos desparecemos si el poder no obtiene beneficios. Nuestro silencio es un arma que suele ser efectiva aunque no estruendosa, se queda en una queja que gotea si es expuesta con cuidado. Si se trata con astucia.
La invisibilidad como argumento para restablecer el hecho de que las personas tenemos sentimientos, maltratados por la corrupción política y vilipendiados por los magnates del Ibex 35 y similares engendros diabólicos de la economía mundial.
Liu Bolin es un artista inconmensurable, él desaparece de los lugares como señal de angustia, se ayuda de gentes que sienten toda esa indefensión por parte de los gobiernos.
Disidente chino, profesor de universidad y artista total, enfoca sus fotografías en un marco de pintura y camuflaje que atenta, de forma maravillosa, ese status en donde hay mucho de lo que alarmarse.
Cada una de sus fotografías desarrolla el espacio que ocupa el paria, el emigrante, el visitante o el desahuciado.
Pero no todo es así, como buen artífice de su composición, intercala ambientes menos agresivos o sulfurados, en una serie de instantáneas caleidoscópicas.
Comienza con su disidencia en China y continúa por su amor al arte italiano, deteniéndose en el consumismo posteriormente y elaborando imágenes de esperanza y de denuncia. Su propósito de ser visto (aún intentando ser invisible) hizo que fuera perseguido por el gobierno chino durante varios años.
«La humanidad, al construir la sociedad, ha destruido su propio hábitat».
Saturación de consumo, basura en lugares de alta tecnología, personas abandonadas a su suerte en playas italianas, incomprensión en la urbe, edificios, esculturas y personas que se disuelven en ellas como por arte de magia, esa magia de la que es capaz un imponente ejemplo de vitalidad mental.
“Estos ciudadanos no existen para su gobierno, al igual que estos empleados no existen para la fábrica. Son invisibles, olvidados, eliminados, y yo los recupero para, de alguna manera, recordarlos o hacerles justicia”.
Liu Bolin, muy grande, muy intenso, igual demasiado veraz. Sus trabajos respiran necesidad de derechos humanos y los transfiere en silencio, el que siempre tiene quien desaparece o le hacen desaparecer.
“No es el grado de persecución de un artista lo que califica su valor, sino los mensajes que transmiten sus obras”.