Siempre ha habido casos curiosos de músicos afincados lejos de su país de origen; en la mayoría de los casos acabaron siendo una excentricidad que nunca se ponderó en su medida justa y, más de una vez, han sido descubiertos décadas después, cuando ya nadie se acordaba de sus aportaciones creativas. Eso ocurrió con los americanos Monks, adalides del garage europeo, ataviados con hábitos de monje benedictino, que estaban destinados en una base militar alemana y coincidieron con sus gustos por las guitarras nerviosas, ritmos furiosos y voces rotas. Bueno, ellos han acabado siendo reconocidos ampliamente y sus discos catalogados poco menos como imprescindibles del ámbito sixties aguerrido e hipnótico.
Pero yo quiero detenerme en una banda de nombre francés formada por músicos estadounidenses que nada tenían que ver con rasgos militares, sino con el estatus social envidiable de los diplomáticos. Criados en la embajada de París, los gemelos Jim y Steve McMains, nacidos en Washigton y estudiantes del colegio americano Saint-Cloud, conocieron a otros compatriotas que compartían su gusto sonoro por los Beatles y por toda la psicodelia que estaba explosionando en Inglaterra, éstos fueron Andy Cornelius procedente de Maryland y Tom Arena, nacido en Ohio. Juntos formaron un entusiasta combo que bautizaron como Les Irresistibles, aunque solo tenían de francés el nombre. Su primer single fue un torbellino pop bañado en aguas de dulzura sensual cargada de guiños al estímulo ácido inglés, una gloriosa composición cargada de cuerdas y ambientes barrocos, “My Tear Is A Day”, con una imponente sección de órgano y unas voces disparadas hacia el paroxismo. Pero no estaba sola, hubo muchas canciones más, equiparables a lo que, por poner comparaciones plausibles, nos recordaría a los Nirvana del “Pentecoust Hotel”, Billy Nicholls, mucho Bacharach, McCartney y toda la pléyade del cosmos pop ambientado con cuerdas y vientos. Componían todas y cada una de sus canciones, desperdigadas en Ep’s esculturales, que vieron la luz en América con el nombre de Arch Of Triumph y Beloved Ones, aunque no ocurrió nada reseñable con aquellas gemas entrañablemente europeas. En 1968 publicaron su único LP, con una portada injusta para el manantial lujurioso que contenía el disco, aquél canto del cisne se tituló “The Story Of Baxter Williams”, que narraba una historia paralela a lo que, sí, podría también entrar en nuestras comparaciones, The Kinks o el Brian Wilson más alucinado. 24 canciones fueron su legado total, pero tan diamantinas, tan emocionantes, tan efusivas, que desde su primera escucha, acabaremos rendidos ante estos muchachos que, lejos de su tierra natal, encontraron una piedra filosofal que les hizo ser genios malditos por un periodo de tiempo que ni ellos recuerdan, deambulando entre 1968 y 1971. Maravillosos, ese sería un adjetivo que se quedaría tremendamente corto para calificarlos.
Buenas vibraciones!