Se suele recurrir a ciertos discos emblemáticos de la historia del rock para adivinar las influencias que sobreviven a los propios artistas que los concibieron. Todos sabéis de qué discos estoy hablando, pero también es cierto que se escapan a este grado de honor histórico algunos trabajos solo reivindicados en contadas ocasiones y que, sin lugar a dudas, mantienen el nivel tan alto como los evidenciados, o incluso más.
Cuando pensamos en Brian Eno nos viene a la mente ese músico conductor de la electrónica moderna al servicio de un concepto multidisciplinar artístico, incluso recordamos al instante sus trabajos como productor de oficiantes del mainstream pop, como Coldplay o U2, o puede que también nos venga a la memoria sus célebres sintonías para programas o aplicaciones de Windows, hasta en algunos casos reluce su proyecto de música ambient conectado con otros involucrados en dicho ambiguo término, Harold Budd, Jon Haskell, Laraaji… Quizá con un poco de suerte y atrevimiento, habrá quien se acuerde de sus tiempos remotos junto a los primeros momentos de Roxy Music o aquellos primeros discos de pop bañado en Glam que todavía parecen extraídos de un universo futuro paralelo.
Brian Eno fue inquieto desde niño y su fijación por el arte total le llevó a contactar con cineastas en ciernes, activistas de performances y demás bichos escapados de un planeta prohibido en aquél Londres de principios de los sesenta, aunque él venía de más arriba, de Suffolk. Las investigaciones con los sonidos le llevaron a usar artilugios difícilmente encuadrables en el mundo del rock y que él, sin embargo, acopló con lucidez en aquellos dos primeros discos de Roxy Music.
Precisamente en el seno de este grupo presenció el miedo que suscitaban sus ideas, ese atrevido y ruidista postulado de lo que él mismo calificaba como no-músico. Bryan Ferry y sus celos acabaron con la participación de Eno en Roxy y fue invitado a marcharse de manera irrevocable, a pesar de que aquellos dos discos contienen cintas, fondos y feedbacks irrepetibles y ciertamente vanguardistas.
Tras ese periplo, Eno se dio a conocer como un ensamblador de talentos para muzak moderno, aquellos discos de ambientes para lugares como aeropuertos o estancias cerradas con bajos volúmenes, Nadie puede discutir la maravillosa edificación de aquél sello de música discreta y las epopeyas con percusiones hindúes o africanas. Pero, entre los tiempos de Roxy Music y sus paseos por el lado sutil de sonido, hizo cuatro discos de pop, o de rock emplumado, podríamos decir; los dos primeros inmediatamente después del enfado con el otro Bryan, el tercero ya con la experiencia de haber trabajado con Robert Fripp (el mago de la guitarra en King Crimson) o los alemanes adalides del krautrock, Cluster y el cuarto casi como colofón de esa aventura rockista.
Sin olvidar la inigualable aportación a la etapa berlinesa junto a David Bowie en “Low”, “Heroes” y “Lodger”, su aplicación a los samplers junto a David Byrne, de Talking Heads (con los que había pergeñado el suculento “Remain In Light”) en aquella exageración titulada “My Life In The Bush Of Ghosts”, usando voces de reverendos, políticos airados o cantantes orientales, extraídas de grabaciones radiofónicas o cosas aún más inverosímiles, Brian Eno pudo ser un gran artista de rock de vanguardia, heredando mucho de Velvet Underground, el sonido alemán experimental y las producciones de Phil Spector. En su vida posiblemente los discos menos representativos sean estos cuatro de los que me dispongo a escribir, a pesar de que ellos participan en la influencia de toda la música pop atrevida de los últimos cuarenta años.
Escuchar “Here Comes The Warm Jets” (1973), “Taking Tiger Mountain (By Strategy)” (1974), “Another Green World” (1975) y “Before And After Science” (1977) es una orgiástica sensación de que la música utiliza, a veces, parámetros que dejan una huella perenne y que jamás son superados.
Como se ha dicho en infinidad de ocasiones, los artistas no son verdaderos conscientes de su arte y sus favoritismos nunca coinciden con la prensa especializada; ellos se creen que, por ser quienes poseen la autoría de sus obras, son capaces de descifrar lo que cada una de ellas esconde. Y no, no lo son; el caso más evidente es que Brian Eno no se siente especialmente orgulloso de sus cuatro obras maestras, cuatro discos que, si bien no ostentan ese tratado impositivo de cultismo por decreto, sí superan melódicamente y en riesgo todo su trabajo posterior.
Para las grabaciones de estos cuatro discos “pop”, recluta a músicos que se implican en la historia al instante, Robert Fripp es un peso pesado en el progresivo inglés, con sus King Crimson, Phil Manzanera, Paul Thompson y Andy Mackay eran sus antiguos valedores en Roxy Music, Robert Wyatt está en los siempre sorprendentes Soft Machine, Phil Collins, antes de hacerse un pedorro insoportable, tocaba la batería y hacía coros en Genesis (los buenos, con Gabriel), Paul Rudolph era un iluminado reclutado de Pink Fairies, Chris Spedding es un guitarra multiusos, gran compositor y mejor instrumentista, John Cale es el exiliado solemne de Velvet Underground, Bill MacCormick estuvo involucrado en bandas de jazz rock peculiares y así crea una caballería de artistas pletóricos de ansias creadoras.
Los dos primeros Lp’s de esta cuadrología estaban imbuidos de glam, podrían incluso acercarse a las premisas de Ziggy Stardust, si no fuera por tesituras tan innovadoras como poco convencionales, guitarras chirriantes y distorsionadas en epopeyas como “Baby’s On Fire”, instrumentación de juguete en “Burning Airlines Give You So Much More”, reflejos de grupos de chicas de los sesenta caramelizadas en “Cindy Tells Me”, futurismo eléctrico en la canción que titula el primer álbum, ritmos hipnóticos y asfixiantes en “Third Uncle”, oscuridad casi jazzística en “The Fat Lady Of Limbourg”, desesperación angustiosa en “Driving Me Backwards”, por poner unos ejemplos de estas claves dispersas en unos discos que demuestran un terrorismo sonoro imposible para aquellos años. Lo realmente importante es que no se encuentra parangón con arquetipos coetáneos de la misma medida, son discos que presentan un arco iris de texturas tan dispares como geniales.
Algo similar ocurre con los dos siguientes LP’s, que enlaza con otros proyectos altamente provocadores. Vuelve a colaborar con Fripp en “Evening Star”, cambiando radicalmente su primer contacto, aquél “No Pussyfooting” del 73, buscando parajes minimalistas y envolventes. Además participa, incluso con mucho peso compositivo y vocal en otra obra monumental, el primer disco en solitario de Phil Manzanera, “Diamond Head”, donde su aportación es clave y su voz más aún. Gira con 801, el grupo que Manzanera se monta para la ocasión (antes había tenido un encuentro con Kevin Ayers, Nico y John Cale que dio a luz un disco impagable en directo) y todo ello le predispone para grabar “Another Green World”, otra alegoría al sonido y la majestuosidad de la música. Más dulce que sus predecesores e impulsor de cierto estilo en la New Wave, influencia directa para grupos neoyorkinos como Talking Heads, que le reclutan para sus hallazgos más intrépidos, más osados.
Con un paréntesis, en el cual funda Obscure records e inicia su secuencia de música discreta, se une a los alemanes Cluster y vuelve a dar un giro estructural a sus condiciones como artista. Casi como despedida del mundo del pop graba “Before And After Science”, en pleno 1977, explosión punk, etapa berlinesa con Bowie y entrega final de un Eno polivalente buscando nuevos campos.
Seguramente ha sido una suerte que esos cuatro discos se hayan quedado sin más hermanos de género, ya que así queda un imborrable recuerdo de su audacia, de ese valor de músico temerario que se adentra en mundos insospechados y logra resultados ejemplares.
Ahora se acaban de reeditar en vinilo los dos primeros álbumes de este cuarteto, una oportunidad casi erótica para saborear la valentía de un (entonces) no-músico que se arrojó al vacío de la imaginación y regresó con un maletín sin fondo, lleno de pericia sonora, de personalidad y de instantáneas melódicas cautivadoras.