Ahora, en tiempos revueltos, crispación, la nueva ascensión del fascismo recalcitrante, la intolerancia de las banderas (de todas), inmundos trapos que constriñen el espíritu de la esencia de la libertad, que agreden la universalidad y el internacionalismo, conviene recordar que la izquierda no es sino una tarta de continuidad obsoleta, que faltan nuevos riesgos por asumir, que la conveniencia cotidiana del materialismo nos ha encerrado en un cul de sac imposible de abrir.
El hippismo, denostado y vilipendiado por la propia izquierda (por supuesto por la derecha, también) fue algo tan distinto al recuerdo que ha quedado de él, que sería tan utópico como necesario que regresara a un mundo tan vulgar, aburrido y encorsetado como el que nos está tocando vivir.
El verdadero nombre del hippismo era «Movement» un conjunto de pensadores, que venía básicamente de la literatura beat americana, de músicos, de artistas en general, que rompían con la rutina y engendraban un ideario que partió, solo al principio, del marxismo, aunque entendieron al instante que Marx y, sobre todo, Lenin, formaban parte de un contexto caduco y, a la postre, tan reaccionario como el fascismo o el nacional socialismo.
No tenían nada de irrisorio, se introdujeron en el congreso y senado americano, estuvieron a punto de cambiar las cosas hacia algo esperanzador, donde la libertad se adecuaba a la de todos, sin arañar espacios a nadie, compartiendo, vibrando, ilusionando. Pero era demasiado bueno, demasiado peligroso para el establishment. La CIA se encargó de cargarse el asunto y acabaron conviertiendose en un puñado de perdedores sin rumbo y sentido. Muchos fueron asesinados impunemente y nadie dio cuenta de ello, el aparato gubernamental no podía permitirse tanta crítica al proceso armamentístico de USA. Se encarceló a cientos de pensadores (Abbie Hoffman, John Sinclair…) se introdujo la heroína para destrozar el sueño y, los que sobrevivieron, escaparon, escaparon a lugares remotos de su país o intentaron hacer algo en las comunas de Europa, especialmente de Amsterdam o Alemania.
Los últimos coletazos del Movement parecían zombies sin camino, desarrapados, sucios, zarrapastrosos, un remedo desagradable de algo hermoso y vitalista.
Y fueron perseguidos, perseguidos por la intolerancia de la izquierda ortodoxa y por el odio de la derecha.
Hasta incluso en España, en los tiempos trogloditas de la dictadura, los pocos que estaban por aquí fueron maltratados por reaccionarios comunistas y solo los anarquistas comprendían parte de su sueño.
Ahora, muchos perroflautas se creen con derecho a asumir la identidad hippie y a mi me produce mucha más aversión, por el daño que hacen a la idea, esa maravillosa presunción de libertad que en unos pocos años iluminó la California más apasionada.
La sociedad bienpensante, la de izquierdas y la de derechas, nunca volvería a permitir aquél estado de lujuria creativa que inspiró el Mayo francés o la primavera de Praga. No, no lo permitiría jamas.
Como yo no permito que se insulte la memoria de algo tan grandioso y tan sincero, algo que nos hubiera hecho más felices, más libres y más solidarios.
Hippie, siempre, ante la avalancha de fascismo, nazismo, comunismo y lacras de la sociedad. Una sociedad perdida, de la que nunca vamos a escapar, que nos encierra en una cárcel que cercena nuestros pensamientos y nos manipula, nos conduce por su propia autopista de sinsentidos y nos motiva hacia una falta de solidaridad abrumadora.
La verdadera respuesta al mundo y la perdimos, la verdadera izquierda del pueblo. Y la perdimos para siempre.