Kim Weston, ayer al mediodía en una calle céntrica de Valencia. /josé penalba
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Kim Weston, la que fuera durante
muchos años ‘voz’ de Marvin Gaye en la Motown, el sello discográfico
por el que pasaron Diana Ross, The Temptations, Four Tops, Jackson 5,
Stevie Wonder o Lionel Richie, ha visitado por primera vez en Valencia.
La cita previa al concierto de anoche en el Loco Club fue a
mediodía, cerca de un centro comercial. Kim Weston se afana en
presentar a su banda –cinco músicos bien curtidos que extienden la mano
consecutivamente antes de sumergirse en el ascensor del hotel– y luego
le pide dinero a su mánager para, ya a solas, preguntar en un americano
híbrido de Detroit –ciudad natal–, Nueva York –ciudad de trabajo– y
California –donde vive–: “¿Me acompañas a comprar unas medias?”.
Y allá que ambos fuimos entrando y saliendo de tiendas de moda y
lencería. Porque Kim Weston es cantante, pero también mujer. Se detiene
en todos los escaparates. “¿Ves esas zapatillas?” –pregunta señalando
unos pares de francesitas estampadas en purpurina– “así son las que
utilizo yo para subirme al stage
”. Da media vuelta y tira correosa del brazo como niño con ganas de
ir al urinario. “Me gusta mucho el ritmo de vida en Valencia, la gente
no vive tan estresada como en Nueva York”, dice mientras salimos de la
tienda definitiva. Un par de medias marrón chocolate y... ya que
estamos, unos pantis con atrevido diseño.
“En la Motown éramos todos una familia. Y eso ya no existe en la
música de hoy. Nadie era consciente entonces de que hacíamos historia”,
confiesa con nostalgia. Le enseño Discos Amsterdam, tienda
especializada en música en Valencia. Justo en ese instante suena un
disco suyo. Estas cosas ocurren. Juan Vitoria, dueño y gurú musical, no
da crédito cuando la ve entrar. Le ofrece una reverencia. “A una esto
le llena más que cualquier concierto”, me susurra al oído.
De vuelta al hotel me habla de su relación con Dios. Le pregunto si
acude a la Iglesia. “La Iglesia está en mí”. Me suena a justificación.
Ella lo percibe, así que añade: “Esto ha de ser uno mismo con Dios para
ser mejor persona”. El mánager extiende la mano y ella le devuelve
calderilla. “¿Pero no eran sólo un par de medias?”, le pregunta. Ella
me sonríe.